La mano que no llegué a darle

7 de Julio de 1974. Tres menos cinco de la tarde. El padre cogió al chiquillo aún mojado del último chapuzón en la piscina del Camping Motel y, con apenas un bañador por toda vestimenta, lo subió de paquete en su Vespino roja. De camino a casa, se saltó un par de semáforos y, sin perder tiempo, encendió el televisor Vanguard. En unos interminables segundos, la imagen mostró a Johan Cruyff y el impecable aspecto del Olympiastadion de Munich.

El chiquillo, de apenas 9 años y aún perplejo por lo que acababa de ver a su padre, se quedó de pie ante el televisor y aguantó impertérrito el recital del inicio del partido como si fuera una pieza de la Filarmónica de Viena. Vio como un jugador majestuoso, de camiseta medio gris (que en realidad era naranja), bajó de las alturas de la delantera hasta el centro del campo, cogió el balón con autoridad, diseñó la jugada en un relámpago y apenas unos segundos después había torturado y desquiciado con amagues y recortes a Berti Vögts, hasta obligarle a cometer penalti. El inapelable lanzamiento de Neeskens ante Sepp Maier concluía el primer acto de una de las finales con más sabor a fútbol que aún recuerdo.

Cruyff

Ya durante los dos o tres años anteriores, ese chiquillo se quedó prendado de la forma de jugar del flaco. El 14. El que los volvía locos con sus arrancadas veloces y sus frenadas en seco desafiando todas las leyes del fútbol y de la gravedad. Así que cuando ese jugador llegó a Barcelona, el gozo fue completo.

Johan fue el hombre que profesionalizó el fútbol en España, y lo hizo vía Barça por su carácter rebelde. Lo hizo como jugador y como entrenador. Y es ahora, cuando no está, que ya hay quien se atreve a decir, para sonrojo de muchos, que si España ha ganado un mundial ha sido en buena parte gracias a su influencia.

Ciertamente, Johan Cruyff fue el Lee Marvin de «Los profesionales«, el Paul Newman de «El Golpe«, el Charlton Heston de «Los Diez Mandamientos» y bien pudo ser esa tarde del Olympiastadion el hombre que matara a Liberty Beckenbauer. Pero por suerte para los culés, el futuro le tenía preparado un destino que lo cambiaría todo en el FC Barcelona.

Porque desde que aterrizó y se puso a los mandos de un Barça casi desahuciado en la Liga, ese mismo Barça se puso a ganar partido tras partido hasta conseguir el título después de muchos años y con una exhibición memorable en casa del eterno rival. Un partido que prendió la mecha de la sublevación culé. Se quiera o no, aquel partido fue el inicio de la revuelta, que luego continuó desde el banquillo y aún perdura.

Es inútil negar el pan y la sal a quien ha sido y siempre será recordado como un genio. Sólo los muy necios y aquellos a quienes la vergüenza no les impide ponerse en evidencia siguen con su particular cruzada que divide el mundo en cruyffistas y antis. Cosas de estos tiempos en los que apenas importa la imagen y poco más. Cruyff fue un hombre comprometido, un tipo al que algo tan banal como pudiera ser el fútbol le sirvió como medio de expresión de sus ideas de genio. Hace 28 años, desde el banquillo, supo estructurar el Barça de hoy día.

Decía mi abuelo cuando venía de un entierro: «Carmela, se está muriendo gente que no se había muerto nunca«. Y hoy ha pasado algo de eso, se ha muerto un dios del fútbol y nos ha pillado, como siempre, a contrapié. En momentos duros para una Europa que tiembla con atentados terroristas y la vergüenza de la crisis de los exiliados sirios. En una Europa donde sería más necesario que nunca un elemento integrador y canalizador del entendimiento de las naciones, como es el fútbol y el deporte en general. En esa Europa que necesita como agua de mayo esa rebeldía y que verdaderamente se rompan las barreras impuestas por unos dirigentes muy preocupados por el capital, pero muy poco por las personas. Esa Europa que necesita urgentemente un soplo de aire fresco y de esperanza para todos aquellos a los que apenas se les permite vislumbrarla tras la vergüenza de unas alambradas. En esa Europa se necesitan hombres como Johan Cruyff.

10 de Marzo de 1974. Apenas 3 meses antes de la final del Mundial’74, Cruyff, ese genio vino a jugar a Granada. Mi padre logró que saltara al campo, me quitara el camuflaje de calle y me hiciera una foto con él que me marcaría para siempre. Esa tarde, la mano que no legué a darle fue por rubor, por estar flotando en una nube junto a mi ídolo. Hoy, gracias a Mariano Angoy y a mi buen amigo Paco Ávila, esa foto es ya un auténtico tesoro que guardo con admiración y aún me ruborizo al verme. Muchas gracias a ambos por el regalo.

Larga vida a tu fútbol. Larga vida a tu legado. Descansa en paz, muchas gracias y hasta siempre Johan.