Piqué y la infalibilidad de los árbitros

El parte de guerra de la Supercopa perdida ante el Athletic de Bilbao no ha dejado lesionados, pero sí víctimas. La primera de ellas, un Gerard Piqué que probablemente fue demasiado vehemente a la hora de protestar un evidente fuera de juego y que ha sido castigado con cuatro partidos en la grada por el juez único del Comité de Competición, Francisco Rubio.

Rubio, que en su resolución lanza un nuevo torpedo a los servicios jurídicos del Barça, cree evidente que Piqué le dijo al asistente “me cago en tu puta madre” y le dice al club –que recurrirá ante Apelación– que no utilice cortinas de humo en una decisión que duele más por el ridículo de las alegaciones que por la sanción al central catalán.

Resulta curioso, en cualquier caso, que en la época en que entrenadores y futbolistas han adoptado el vicio de hablar tapándose la boca para que las cámaras no capten sus comentarios no haya ni una sola toma que recoja la secuencia completa del incidente, lo que convierte la palabra del calamitoso Velasco Carballo –que ya se las tuvo con Piqué hace unos años en Gijón– en dogma de fe.

A ojos de los responsables disciplinarios del fútbol español, los árbitros tienen la misma infalibilidad que el Papa. Su palabra va a misa, y lo mismo da si Pérez Burrull le dice a un futbolista como Juanfran que no sabe tirarse mientras le escamotea dos claros penaltis y le expulsa por sendas simulaciones que no existieron, que si Clos Gómez expulsa a Pep Guardiola en Almería por unas protestas y luego se inventa en el acta, como demostraron las imágenes, una excusa a medida que le costó 15.000 euros al técnico de Santpedor.

En la era de la tecnología, resulta inconcebible que todavía haya que confiar a ciegas en gente que pita penaltis inexistentes y que tiene la milagrosa capacidad de verlos incluso si no se producen, pero más aún que no haya mecanismos para dejar meridianamente claro de una vez qué ocurre sobre los terrenos de juego y qué diálogos se producen entre el árbitro y los jugadores. Es posible que Piqué, aunque ya lo ha desmentido, insultara al árbitro, al asistente o al prelado del Opus Dei. No sería la primera vez ni seguramente la última y, con o sin insulto, una protesta tan airada sobraba.

Sin embargo, a la hora de decidir la sanción, deberíamos ser capaces de tener la certeza de que el insulto se produjo con algún argumento más que lo que escriba un señor armado con un silbato y un acta. Porque si damos por cierta la locuacidad de los futbolistas sobre el terreno de juego, no deberíamos descartar tampoco la facilidad demostrada por algunos árbitros para mentir a lo largo del tiempo. Ejemplos no faltan.

Foto: Sport.

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