¿Qué pasa con Messi?

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Anunciada su renovación el día anterior, como en las mejores películas, se esperaba que esa noticia espoleara al equipo y al mismo Leo Messi hacia la consecución del título de Liga. La tarea era tan simple como complicada de ejecutar, puesto que el Barça aún no conocía la victoria contra el Atlético de Madrid tras cinco encuentros y ese resultado era el único que le servía para alzarse campeón. Aun así, un Camp Nou lleno a reventar y la esperanza de que noventa minutos sirvieran para expiar los pecados de más de uno y de dos hacían pensar en un último servicio a las vitrinas culés de su mejor regimiento en más de cien años.

Eso, claro, y Leo Messi.

Ya está todo dicho sobre Messi. Incluso decir que ya está todo dicho. El argentino agota adjetivos como gargantas con el paso de sus goles, muestra que el idioma necesita otra velocidad de evolución si quiere seguir sus vertiginosos pasos. Es escandaloso que un jugador pueda marcar cuarenta goles en un año. ¿Cuántos marcaba Ronaldo Nazario, para muchos el mejor nueve que han visto? Cincuenta goles es ridículo. ¿Sesenta? ¿Setenta? Messi llegó hasta 92 en 2012, allá donde la frontera de lo imposible se puede tocar con la punta de los dedos.

Pero ese Messi ha desaparecido.

¿Dónde está? Sólo él lo sabe. Quizá el amargo regreso de las lesiones, quizá saber que está en la edad perfecta para ganar el Mundial de Brasil, quizá que alguien tuviese la brillante idea de fichar a un jugador con todo por demostrar y asignarle el salario más alto de la plantilla. El equipo tampoco ha estado a la altura y habrá quien diga que mientras Leo protagonizaba espectáculos de magia semanales en el Camp Nou, no había conejo que saliese de su chistera cuando se enfundaba la albiceleste. Día y noche, la diferencia de jugar con los mejores del mundo en su punto álgido o con una selección que no lograba el equilibrio en el juego a pesar de disponer de igual o más talento que cualquier otra.

Dicho esto, atribuir a los jugadores culés la responsabilidad del momento de Leo tampoco parece acertado. En 2012 el Barça ya mostraba síntomas evidentes de desgaste físico y emocional. Se les gastó el fútbol de tanto usarlo. Messi, aun así, mantuvo al equipo luchando por todo hasta que sus piernas, desgarradas muscularmente, no dieron más de sí. Incluso se dio el esperpento de tener que salir lesionado en 2013 para atemorizar a un PSG que en ese momento tenía el pase para las semis.

Las lesiones que ha sufrido desde entonces y el Mundial en el horizonte han hecho de esta una temporada atípica para él. Con una pretemporada que acabó en diciembre, ya que en agosto sus múltiples compromisos lo impidieron, parecía que Messi estaba preparándose para llegar con todo a los meses clave para luego mantenerse en ese estado de gracia en el que se asemeja al Rey Midas de cara a Brasil. Una vuelta con energía en diciembre y una exhibición en el Bernabéu en el partido clave de la temporada hasta el momento se postulaban a favor de esta hipótesis. Pero ese partido en Madrid, que debía ser el primero de muchos, fue el último en el que Leo pareció Leo.

Sin más lesiones desde su vuelta de Argentina antes de Navidad, cuesta hallar en el plano físico la causa de su apatía. Sí, sólo Pinto corrió menos en Champions ante el Atlético, pero es que Messi nunca ha sido mucho de correr, como mínimo desde que descubrió las mieles del falso nueve. A él le va la marcha: arrancar cuando nadie lo espera, driblar a tres que aún no saben qué está pasando y encañonar al portero con su precisión más propia de un láser. El problema es que tampoco ha hecho gala de ello. Messi ha sido un alma en pena en un equipo con más pena que alma. Ha seguido marcando goles, pero su fútbol se ha diluido, de igual manera que el Barça arañaba resultados con la reserva.

La renovación no ha significado un punto de inflexión, a tenor de lo demostrado en el partido final de la Liga. Una muestra demasiado pequeña para ser tomada como significativa, también es verdad. No obstante, se esperaba de Messi un gesto, alguna carrera que estimulara la memoria de los aficionados. Un viaje al pasado y una promesa de futuro. Leo se quedó en un par de arrancadas estériles y desconcertó a los hinchas. ¿Qué le pasa? ¿No era la renovación el problema? Lo último conllevaría una simplificación absurda: a Messi le gusta demasiado el fútbol como para decidir si juega o no en función de si su contrato se mejora o no. Y que una firma no haya resuelto su desgana preocupa, aunque más motivo de preocupación hubiese sido el caso contrario.

Si Messi está o no se sabrá en pocas semanas. La motivación de ganar con Argentina un Mundial en tierra enemiga no tiene parangón. Se verá si su motor necesitaba esa inyección de ilusión que el Barça ya no puede ofrecerle al haber ganado todo o si existe un trasfondo que se desconoce. Sea como sea, el argentino debe ser la piedra roseta del nuevo Barça. Vuelva o no a sus cifras de marciano, no hay jugador en el mundo que interprete y traduzca a gol el juego culé como él. La esperanza es que cuando el conjunto azulgrana deje atrás la depresión que acarrea y salga del coma, Messi estará allí.

Y no existe mejor aval.