Tenis (casi) sin público… y hasta sin árbitro

No debe ser fácil enviar una gran bola a la línea y ver que la grada está… casi vacía. Que en ese torneo apenas haya entrevistas. Muy pocos patrocinadores. Y casi ningún titular que se lea junto a las hazañas de Messi o Cristiano. Porque una cosa es jugar al tenis (y ganar todo tipo de campeonatos y en multitud de países) y otra muy diferente es hacerlo sobre una silla de ruedas. El mismo deporte que practica Nadal, entonces, se vuelve casi invisible. Anónimo. Injustamente marginal.

Pocas personas como Quico Tur saben lo que es tener un accidente en moto y acabar en una silla de ruedas. Pero pocos deportistas como Quico, barcelonés de 40 años, han saboreado el participar hasta en cuatro Juegos Olímpicos (Atenas, Pekín, Londres y Río). Esas aventuras vividas sin embargo no borran el aislamiento que siente cuando la carroza de Cenicienta desaparece y la magia olímpica se esfuma: “Te sientes solo. Te da rabia porque te esfuerzas como los demás”.

Quico disfrutaba practicando mil y un deportes pero no había cogido una raqueta hasta que tuvo el accidente. Y a partir de ahí, después de tocar fondo, salió a flote y comenzó a coleccionar títulos y cimas conquistadas (másters y campeonatos de España, Israel, Chile, Lituania, etcétera).

Foto: Aitor Alcalde Colomer

Precisamente la magia olímpica de Barcelona fue la que despertó el gusanillo del tenis a Álvaro Illobre, gallego de 44 años al que una osteogénesis le llevó desde pequeño a vivir más sentado que de pie: “Después de aquellas olimpiadas volví al pueblo y empecé a probarlo. Hasta entonces no sabía que existía el tenis sobre ruedas”. Sus huesos de cristal le respetaron y Álvaro comenzó a labrarse como una de las figuras de la modalidad. También triunfó en España, Italia, Hungría o Atlanta así que, con el tiempo, Quico y Álvaro se convirtieron en rivales. Y en amigos.

A Álvaro también le pesa la marginalidad del día a día. Por muchos drives o reveses ganadores que logre. “Salimos muy poco. A los sponsors les cuesta apostar por ti. Las ciudades se resisten a organizar torneos. ¡Piensa que a veces jugamos sin árbitro!”, explica desde su Ares (A Coruña) natal. Con o sin focos, Álvaro alterna esa dedicación a la raqueta con otros deportes. Y tiene incontables aficiones. La silla no resta ni tiempo ni pasión.

Otra cosa en la que estos dos “veteranos” están de acuerdo es que el futuro está en manos de Martín de la Puente. Otro gallego, este de Vigo y de apenas 17 años. Y que ya sabe lo que es ganar de manera consecutiva tres másters Junior de Europa. Una de esas raras y malditas enfermedades, el síndrome de Proteus, es la que le prohibió jugar de pie, algo que hacía hasta los diez años. Martín no tenía claro qué hacer cuando le dieron la peor de las noticias. Pero ahí llegó Álvaro, al que no conocía hasta entonces, para animarle. Para que luchase. Para que no dejase su devoción. Y le hizo caso: “Me dejó su silla. Y probé, aunque no quería. ¡Tenía que atarme para jugar!”.

Los tres coinciden en lo bonito del ambiente de unas olimpiadas. Álvaro asistió a dos mientras que la de Río fue para Martín su primera pero no su última cita olímpica, según auguran Quico y Álvaro. Y para dar con una solución con la que hacer más visibles las otras competiciones, los tres ases creen que podrían ser organizadas a la vez que los torneos que disputan los tenistas que juegan de pie, como explica Álvaro: “La gente aprovecharía para vernos de cerca. Sería algo más integrado y avanzaríamos más”. Quico, por ejemplo, cuenta que cuando participa en algún evento durante la celebración del Torneo Conde de Godó, se siente uno más entre los Ferrer, Feliciano y compañía.

Mientras esa idea se hace realidad, prometen seguir sacrificándose. Seguir usando las palabras tesón, esfuerzo, superación, con las que borrar quirófanos y lágrimas. Y seguir cuidando con mimo esa silla sobre la que alcanzan bolas imposibles. Porque, entre otras cosas, es muy cara. Y única. “Hay gente que cree que tenemos varias… o que usamos la misma con la que nos movemos por la calle”, aclara Quico.

Las entrevistas se acaban y, aunque hayan sido por teléfono, uno intuye varias sonrisas. Como cuando describen los países que han conocido, gracias al tenis. Cuando bromean con las rivalidades que se profesan. O cuando recuerdan algunas de esas victorias por las que tanto se esforzaron, como tantos otros, jueguen de pie o sentados. Aunque en la grada hubiera pocos espectadores dispuestos a regalarles el aplauso más merecido.

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