La victoria de Abidal

Mi padre tiene cáncer. Mi esposa tiene cáncer. Mi marido tiene cáncer. Mi hija tiene cáncer… Mi… Esa palabra tan terrible y a la vez tan banalizada por una sociedad que puede utilizarla hoy como sorna como lo hizo ayer como insulto, apenas toma su verdadero valor cuando se vive, se sufre, en primera persona. Y, también, cuando afecta a un desconocido al que en gran medida todos pueden admirar por su imagen pública. Es a partir de él, tantas veces, cuando se toma conciencia de qué es, qué significa. Y cual es la lucha. La de todos.

Ejemplos anónimos hay infinitos, pero es ‘gracias‘ a unos pocos que la consideración y el respeto aparecen en primer plano. Abidal, Eric Abidal, es uno de esos ejemplos enormes. El tipo que dispara a las conciencias a través de su lucha y su victoria. Y también a través de quien puede y debe entenderse esa pelea diaria con la enfermedad. «La vida es muy complicada y cada minuto es importante», proclamó el futbolista francés en una entrevista a ‘Onda Cero‘. «Luche al máximo por mi familia y por el fútbol pero en el hospital pasé días muy duros», rememoró el hoy jugador del Olympiacos, quien acaso sin conocer el alcance de sus palabras sentenció: «Todos en mi lugar hubiesen luchado igual que yo».

Sí. El cáncer es una lucha diaria contra el destino, contra la fatalidad y contra una suerte de injusticia que no conoce a quien abraza fatalmente. «Para mi hoy todo es un regalo», se sinceró Abi, humildemente feliz en sus palabras y «orgulloso» de ser un ejemplo de lucha.

El tipo que hizo llorar a tantos levantando la Champions en Wembley, signo del éxito de un equipo y de la victoria de una pelea personal contra la fatalidad, se convirtió por siempre en uno de los nuestros por el carácter indomable que mostró del primer al último día, por su ánimo, sus buenas palabras y los miedos, confesados o inconfesables, que padeció a lo largo de aquellos largos meses.

El tuvo la suerte, bendita, de ganar una batalla que tantos otros perdieron, pierden o perderán. Como su «amigo» Tito Vilanova. «Era muy buena persona. Le recuerdo cuando venía a mi casa y charlábamos de fútbol y de la enfermedad», descubrió en la entrevista Abidal.

Charlas en el diván, a solas, íntimas. Charlas en las que, seguro, ambos podían decirse secretos que nadie puede sospechar que diría a nadie y que solamente quienes han sufrido en primera persona esta enfermedad conocen o pueden imaginar.

Eric Abidal, contra lo que pudiera pensarse alguna vez, sí fue, ha sido y seguirá siendo un ejemplo mayúsculo para todas esas familias anónimas que reciben ese terrible golpe de la providencia.

Él personaliza la victoria como el llorado Tito personaliza la pérdida. Pero no la derrota. Porque con ellos y como ellos la lucha anónima se repite día a día. Y quizá, solo quizá, sería hora de ahorrarse esas sentencias tipo ‘Pepito es un cáncer’…

abidal