En un día que amaneció soleado en Barcelona, se celebró ayer la primera edición de una carrera llamada a ser cita obligada en los próximos años entre los corredores que gusten de combinar asfalto y tierra, la Salomon City Trail Barcelona.
Con una organización impecable y más de ochocientos corredores, el anillo olímpico de Montjuïc se convirtió en el escenario ideal para el estreno de un nuevo concepto de carrera. Salomon ha querido acercar lo que siente un corredor de montaña cuando salva los obstáculos propios de la naturaleza en el marco de una ciudad. El resultado, un circuito plagado de escaleras, puentes, parques e incluso alguna trialera donde los novatos se dejaron algún tobillo.
Este híbrido entre carrera de montaña y asfalto, que en un principio debía recorrer 11,5 kilómetros y debido a problemas de seguridad se recortó hasta los 10 km, resultó ser un duro test para los corredores urbanos. De los más de ochocientos inscritos tan sólo han conseguido acabar 715 a tiempo.
El atleta griego del Salomon Team Dimitris Theodorakakos cumplió con las expectativas y demostró ser el más rápido, con un tiempo de 34 minutos y dos segundos. Tan sólo seis segundos después cruzaba la meta el atleta paralímpico español de origen marroquí Abderrahman Ait Khamouch, seguido del también atleta de Salomon Team Tòfol Castanyer.
En categoría femenina, Carla Bertos (Salomon Team) fue la más rápida con un tiempo de 40’56». A casi cuatro minutos llegó Eugènia Miró seguida por Jessica Bonet que completó el podio. Antes de la cuenta atrás del inicio de la carrera se guardó un minuto de silencio en memoria del exentrenador del Barça Tito Vilanova.
El punto de vista amateur
Esta era mi primera experiencia en carrera lejos del asfalto –aunque en una ciudad como Barcelona es inevitable trazar 10 kilómetros sin pisar el elemento urbano más habitual–, y puedo decir que he disfrutado mucho. El resumen es sencillo: ha sido muy duro.
Nos citamos en la plaza Puig i Cadafalch a los pies del MNAC y con las fuentes de Montjuïc de compañeras. Nada más llegar, al levantar la vista, uno puede hacerse una idea de lo que le espera: subir escaleras. Durante el primer kilómetro no se hace otra cosa. Subes 200 metros de altitud a base de dejarte los isquios y los sóleos.
Si no eres un habitual de la montaña te parecerá que estás subiendo el Zegama-Aizkorri. Eso es lo que me ha pasado a mi tras el escalón 173 o 187, la verdad es que he perdido la cuenta tras el primer tramo. Ya solo pensaba en poder plantar el pie entero en el suelo. Andar de puntillas no es lo mío.
Después de coronar el nuevo puerto de montaña de la ciudad, el MNAC, nos hemos dirigido por el Camí de La Foixarda, saliendo al asfalto lo estrictamente necesario después de recorrer los parques.
La parte más urbana ha resultado la que recorre el Estadi Olímpic, donde volvíamos a encontrarnos un tramo de escaleras después de una fuerte subida. Ahí yo ya hubiese llamado al ascensor. Cruzarnos con la cabeza de carrera antes de rodear el Estadi ha resultado muy motivador. Tener a Tofol a 30 metros es lo más cerca que se puede estar de ganar una carrera. Después te das cuenta que te separan 2 kilómetros y que apenas llevas 5 recorridos.
Mi pequeño objetivo de debutante era llegar por debajo de la hora y gracias a las bajadas he conseguido recortar tiempo en la segunda mitad del recorrido, mucho más amable. Pero claro, era normal, la Ley de la Gravedad estaba de nuestra parte: todo cuerpo que sube, baja.
Y para terminar un pequeño trompe l’oeil, durante el kilómetro ocho pasas por delante de la meta pero has de seguir bajando las escaleras dirección a la Plaza España para después volver a subir por la avenida María Cristina. Tras las últimas escaleras cruzas una llegada donde te espera una gran cantidad de bebida, fruta, frutos secos y dulces. Con un poco de suerte con tu objetivo bajo el brazo –en mi caso 59’09″–. Para el año que viene tendré que entrenar las escaleras. ¡Adiós al ascensor!
Foto y vídeo: Josep Cusidó
