Un año sin Rosell

Hoy hace justo un año que el presidente más votado de la historia del FC Barcelona puso los pies en polvorosa. Apenas unos días antes, Sandro Rosell había conminado al juez Pablo Ruz a que le llamara a declarar para aclarar de una vez por todas el asunto del fichaje de Neymar. Ruz lo hizo, pero Rosell ya no estaba.

Su delfín, Josep Maria Bartomeu, tomó las riendas del club amparado por la presunta cohesión de una junta directiva que pretendía agotar el mandato y, por encima de todo, poner en marcha el proceso de reforma del Camp Nou y sus aledaños. Un año después, el presidente ha tenido que ceder y anunciar unas elecciones –aún no convocadas– que permitan al socio elegir quién debe dirigir el club en los próximos años.

Si a nivel deportivo el equipo no ha hecho más que ir en declive desde que en 2011 alcanzara la gloria por cuarta vez en Wembley, institucionalmente las cosas no han dejado de empeorar. La magnífica herencia recibida se dilapidó en unos meses, comenzando por la marginación del ideólogo, siguiendo por el asqueo del director de orquesta y acabando por devaluar al equipo de tal manera que incluso su máxima estrella, cansado, ha dado muestras de incomodidad.

Desde la junta, sin embargo, se ha mantenido el rumbo. Difícil de dibujar sobre una carta de navegación, pero rumbo al fin y al cabo. Y en este año perdido desde que Rosell tomara las de Villadiego, no ha habido un minuto de sosiego en Arístides Maillol. El Barça esta imputado por la justicia por primera vez en su historia, la institución ha sido castigada duramente por FIFA y, para colmo, el club ha caído del podio de los equipos europeos con mayores ingresos al ser superado por Manchester United y Bayern de Múnich, según publicó esta semana Deloitte.

Quienes aspiren a dirigir algún día al Barça deberán aprender que es un club diferente a todos. Tendrán que admitir que se trata de una institución donde pesan tanto las formas como el fondo y que jamás en su historia reciente, incluso en los tiempos de la eterna presidencia de Núñez, ha dejado de estar vivo. El Barça no es el Madrid, donde al socio le vale todo y cuyo entorno forofo y mediático loa sin pudor cualquier decisión de su caudillo. El socio culé se siente dueño del club, porque formalmente lo es aunque en el fondo no se le tenga en cuenta.

En junio de 2010, 35.021 de esos socios depositaron su confianza en Sandro Rosell y su “no us fallaré”, una frase que le acompañará siempre y a la que traicionó en cuanto las cosas dejaron de pintar de color de rosa. Rosell, callado prácticamente desde su huida aquel 23 de enero de 2014, dejó a su amigo y sucesor una patata caliente que no ha hecho más que quemarle las manos. Tanto que Bartomeu, finalmente y muy a su pesar por la dulzor que genera el puesto, ha tenido que abrirlas para tener alguna posibilidad, por remota que sea, de ganarse en las urnas un puesto para el que fue designado a dedo. Por Rosell, claro.

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